Y en el cielo una estrella más
A finales de 1954 nació en Moscú una pequeña perrita callejera, mezcla de mil razas, que fue recogida de las calles para ser incluida dentro del programa espacial ruso. Esto no fue precisamente una suerte para ella ya que la finalidad de dicho programa era experimentar las consecuencias que un viaje espacial podría tener en el organismo de un ser vivo antes de lanzar un hombre al espacio.
En aquellos entonces muchos científicos pensaban que una persona no podría sobrevivir fuera de la atmósfera terrestre, temían los efectos de la radiación solar y la gravedad en el organismo, así que esta pobre perrita, que pasó a llamarse Laika, tendría poco tiempo después el dudoso honor de ser el primer ser vivo que viajaría al espacio.
Laika fue seleccionada entre muchos otros perros que se recogieron de las calles de Moscú. Los perros elegidos debían ser pequeños ( máximo 40 centímetros de altura y 6 kilos de peso) y además ser callejeros, ya que según creían los científicos rusos encargados del proyecto, un perro vagabundo acostumbrado a luchar diariamente por la supervivencia aguantaría mejor la dureza de los entrenamientos y tendría mayor capacidad de aprendizaje.
Cientos de perros fueron sometídos a duras pruebas de gravedad, adaptación a espacios extremadamente reducidos y a un alto nivel de estrés provocado por los ruidos y las vibraciones propios de un viaje espacial. Oleg Gazenko, director del programa de adiestramiento, se fijó que uno de los animales era especialmente tranquilo, y esa perra, Laika, fue la elegida. Para entonces Laika tenía dos años de edad
Laika viajaría en una pequeña nave espacial que se llamaría “Sputnik II”, que con tal sólo 500 kilos de peso no sólo transportaría a Laika sino también instrumentos para medir la radiación solar, un sistema de absorción de dióxido de carbono y generación de oxígeno y un minúsculo cubículo de tan sólo 80 centímetros de longitud donde iría Laika. Este pequeño espacio contenía un ventilador para mantener la temperatura y la comida necesaria para siete días en forma de gelatina. Laika además llevaría puesto un traje especial que recogería sus desechos y limitaba sus movimientos a prácticamente sentarse y tumbarse. Desde La Tierra y a través de sensores colocados en el traje también se monitorizaría su frecuencia cardíaca, el ritmo de su respiración y la presión arterial.
El día 3 de noviembre de 1957, a las 22:28 hora de Moscú, la agencia de noticias soviética TASS emitió un comunicado en el que anunciaba al mundo que ya había sido lanzada la nave Sputnik II y que por primea vez un ser vivo había sido lanzado al espacio.
El sistema propagandístico soviético temía que el trágico final que le esperaba a la pobre perrita Laika enturbiara la gran noticia así que las autoridades rusas informaron de que Laika regresaría a la Tierra en paracaídas. Pero mentían. Ellos sabían que Laika nunca regresaría. Existía paracaídas y existía un viaje de regreso pero no estaba previsto que Laika lo hiciera viva. Lo único que estaba previsto era una última ración de comida que contenía veneno para que la perra muriera al séptimo día y no se carbonizara en su reentrada a la atmósfera terrestre.
Aún así las cosas no salieron como se esperaba.
Las autoridades conscientes de que el público aguardaría con ilusión el regreso de Laika anunciaron que murió por falta de oxigeno sin ningún dolor y apaciblemente una semana después del lanzamiento. Una vez más mintieron.
Fue cincuenta años más tarde, el 28 de octubre de 2002, cuando la BBC desveló la verdad. Poco después del despegue, desde el control en Tierra, escucharon a Laika ladrar, y recibían la señal de los latidos de su corazón, pero exactamente cinco horas después del despegue sus constantes se perdieron.
Un fallo técnico en el despegue hizo que uno de los motores no se desacoplara como estaba previsto y eso elevó la temperatura de la cabina haciendo que el pequeño cubículo donde viajaba Laika se recalentara provocándola una dolorosa y larga muerte pocas horas después del despegue. Los registros de sus constantes vitales eran aterradores, su corazón latía tres veces más rápido de lo normal, provocado por el pánico.
Tras difundirse la noticia, Rusia se vio obligada a rectificar su versión oficial, y Dimitri Maláshenko, científico del Instituto de Problemas Biológicos de Moscú, declaró que Laika había muerto de un colapso provocado por el calor y el estrés extremos. O, dicho de otra forma para que no queden dudas: Laika murió de miedo.
Pero ella no fue la única, tras Laika Rusia envió otros 29 vuelos espaciales hasta septiembre de 1962 tripulados por canes, ocho de ellos también acabaron trágicamente.
Laika murió, pero su nombre siempre será recordado. El 11 de abril de 2008, se inauguró en Rusia, cerca del lugar donde se desarrolló este triste episodio, un monumento en honor a Laika, que significa “ladradora” en ruso, aunque seguramente pasó sus últimas horas gimiendo y llorando en lugar de ladrar.
Yo aún me pregunto porqué se envió forzosamente a un animal a realizar un viaje -que de forma voluntaria jamás habría elegido hacer ya que los animales no entienden de vanidades- cuando seguramente miles de personas habrían estado dispuestas a enfrentar una muerte segura sólo a cambio del orgullo que supone poder pasar a la historia.
No me cabe duda que es algo muy honorable sacrificar una vida en pro de la evolución de la humanidad, pero esto sólo es válido si el sacrificio se hace voluntariamente. Sacrificar forzosamente un ser que además confía ciegamente en nosotros, amén de injusto, resulta terriblemente cruel.